En el interesante artículo cuyo enlace nos envía Pedro Pérez Prieto (Are Those Shakespeare's "Balls"?Should "A Lover's Complaint" be kicked out of the canon? v.i.), su autor, Ron Rosembaum, mete el codo en la llaga más abierta de la polémica chespiriana, más abierta incluso que la de la existencia del propio Shakespeare. A saber: ¿qué es intrínseco de Shakespeare y qué no lo es? De lo cual se desprenden un sinfín de preguntas colaterales: ¿podía Shakespeare escribir mal, e incluso rematadamente mal? ¿Existe una barrera estética entre lo chespiriano y lo no chespiriano?¿Podemos atribuirle y desatribuirle pasajes e incluso obras enteras a partir de nuestra percepción de la chespiraneidad? Etc.
Si trasladamos este debate a los Sonetos y aceptamos la existencia de una chespiraneidad basada en la "excelencia", ¿no deberíamos dudar, cuando menos, de la idoneidad de los dos últimos sonetos? ¿Qué son, exactamente, el 153 y el 154, qué función cumplen, por qué se repiten sin llegar a complementarse? ¿No se ha cansado la crítica de desnudar sus múltiples vergüenzas? Ni siquiera se justifica la inclusión de ambos con criterios numerológicos: la pirámide perfecta de base 17 (que coincide con los primeros 17, llamados "de la reproducción") sumaría 153. ¿Para qué añadir uno (u otro), de floja factura para más inri, y deshacer la esbelta estructura esotérica? También aquí las preguntas son más sólidas que las respuestas.
En resumidas cuentas: si no eliminamos los dos últimos, o uno de ellos, del total de los sonetos, basándonos en su presunta fealdad, no creo que podamos ni debamos hacer otro tanto con el Complaint. Hasta tanto se demuestre lo contrario, claro.
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La inclusión de ambos sonetos casi idénticos,versión del epigrama de la Antología Griega, tiene difícil justificación. Uno de ellos cualquiera, ya que ambos dejan mucho que desear, bastaba para expresar el desaliento del autor ante la inutilidad del esfuerzo de librarse del yugo erótico de la dama morena, sofocando el fuego que le consumía.
ResponderEliminarPero el problema puede o debe radicar -y en esto deberíamos insitir- en que es el editor Thomas Thorpe quien edita y asume la responsabiidad de la edición, dedicatoria incluida. Por lo tanto, la participación de Shakespeare, de la que no dudo existió al principio, debió quedar en suspenso por motivos de diferencias editoriales o por miedo a que el joven noble -ya no tan joven y sí poderoso- pudiera tomar represalias. Ya no reinaba la reina virgen sino Jacobo, pero la hipocresía social seguía imperando. Y para un noble no era demasiado favorable la dedicatoria que a las malas lenguas de la corte inglesa poco costaría descifrar.
De todas maneras, la ordenación de los sonetos tampoco es perfecta y debe responder a las mismas desavenencias entre editor y autor. Me recuerda un poco a lo que a veces pasa entre editores y autores consagrados de siempre. Conseguida la fama... hay que editar todo lo anterior -bueno o malo- porque ya es vendible, sin más criterio. Y entonces se cuelan gazapos que mejor estarían sepultos y olvidados en sus madrigueras.
Ignacio Gamen