No es casualidad que el Lover's Complaint haya sufrido la suerte que sufrió en las ediciones españolas o en castellano. Cuando Shakespeare empezaba a ser materia de traducción en la península y alrededores, allá por 1798, de la mano de Moratín (que traduce Hamlet; los Sonetos no merecen tal honor hasta mucho después, cuando los traduce Matías de Velasco y Rojas en 1877), el aparato crítico anglosajón, que hasta entonces no había dudado ni frívola ni seriamente de la autoría del Complaint, mostraba los primeros síntomas de chespiritis ad hoc y consideraba que el poema no estaba a la altura estética del resto del corpus poético -que, a su vez, no estaba a la altura del corpus damático- shakespiriano y, por tanto, no podía ser obra del mismo autor.
El primero en encender la mecha de la duda es William Hazlitt en 1817. George Saintsbury califica el Complaint de poema menor en 1896. La objeción más erudita, y más persistente, la formula en 1912 J.W. Mackail, que lo compara con el Rape y con Venus y Adonis y decide que se trata de un poema de principio vacilante, lleno de neologismos y arcaismos. pesado, engorroso, etc. Este punto de vista prevalece entre la crítica especializada y, por añadidura, entre editores y traductores, hasta bien entrados los años sesenta. La tendencia actual es la opuesta.
Aún así, contadas ediciones inglesas posteriores a 1970 incluyen el Complaint junto a los Sonetos. En lengua castellana -¡hasta 2009!- ninguna. ¿Por convicción, por prudencia, por distracción? Pregunto.
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